domingo, 16 de agosto de 2015

La entrada de Bolívar a Bogotá



La pérdida de la Batalla de Boyacá significó la catastrófica tragedia final para el Virreinato de la Nueva Granada y se ha hablado y escrito mucho sobre las acciones militares y de otra índole, pero poco de las historia menudas que siguieron al triunfo Patriota al mando del Libertador Simón Bolívar.

¿Cual era el ambiente en Bogotá previo a la batalla? El boato y el protocolo del virreinato era el pan de cada día desde tiempos inmemoriales; de tal forma que, el pueblo se acostumbró a los imponentes desfiles de tropas muy arregladas, muy engalanadas en los mejores caballos. Eran parte de lo mejor, en apariencia, de los ejércitos imperiales y tenían fama de invencibles. Por otra parte, la tremenda influencia de la jerarquía eclesiástica tenía sumido al pueblo en la más tenebrosa ignorancia. No olvidemos que desde 1814 cuando el Libertador, actuando a las órdenes del Congreso de Tunja, o lo que es lo mismo, del Gobierno de la Unión, somete al disidente gobernador de Cundinamarca (Bogotá) Manuel Alvarez por la fuerza, se originó una repugnante reacción de los clérigos quienes inclusive lo excomulgaron llamándolo "impío hereje e irreligioso", lo que a su vez originó para Bolívar el terrible apelativo de "El Diablo" que la burguesía inyectó al sometido e ígnaro pueblo.

El desastre de Boyacá provocó la desbandada y vergonzosa huida de algunos restos del ejército imperial y a la pregunta generalizada sobre quien podía derrotarlos surgió la respuesta tétrica: El Diablo. Un miedo irracional se apoderó de todos y llegó a tal punto el pavor que el Virrey, y todo su séquito gubernamental, huyeron despavoridos abandonando en las arcas un millón de pesos en oro.

Imaginemos ahora el aspecto del ejército patriota cuando entró en Bogotá el día 10 de Agosto de 1819 aproximadamente a las 4:30 pm, tres días después de su clamoroso triunfo en Boyacá. Su aspecto no podía ser más lamentable. En su mayoría hombres de tierras muy cálidas, llaneros de Apure, maltratados fisicamente por las penurias del Paso de Los Andes, habiendo soportando el frío y el soroche a más de 4000 metros de altura además de los sangrientos combates, sin las vestimentas adecuadas, barbudos, muchos descalzos, desarrapados con bastantes de ellos heridos o mutilados; en fin, una verdadera calamidad a los ojos de cualquiera. Y habían vencido a los "invencibles". Se confirmó entre muchos la malintencionada conseja, al frente de ellos no podía estar otro que el mismísimo Diablo.

Comparemos ahora fisicamente a los combatientes. Por un lado los "bonitos" de acicalada piel tersa y por el otro, "los feos" de piel tostada, aporreada por los elementos y los sacrificios. Los unos de preciosa indumentaria, los otros de harapos y la mayoría descalzos. Imaginemos, no más, la impresión que debieron haber causado cuando hicieron su entrada triunfal a la ciudad virreinal.

Los burgueses que permanecieron en la ciudad porque no tuvieron tiempo para huir, apelando a su rancia hipocresía y maldad se presentaron inmediatamente a los vencedores a rendirles falsa pleitesía como historicamente han hecho y harán en casos similares. Organizaron un suntuoso banquete y un baile en honor a los héroes, a los vencedores. Naturalmente, buscaban conservar sus viejas prerrogativas.

Imaginemos el estado de los uniformes de los principales oficiales del Ejército Patriota y del mismo Libertador. No tenían indudablemente su mejor presentación. Sus rostros tampoco. De hecho, digámoslo, estaban feos y descompuestos comparados con los caballeros y damas de aquella rutilante burguesía virreinal.

Durante el baile, una de aquellas damas despreció ostensiblemente al General José Laurencio Silva cuando éste la requirió para bailar. Aparentemente lo llamó "sucio plebeyo" entre otros epítetos; pero, Bolívar observó aquello.

El Libertador, inmediatamente, ordenó que la orquesta cesara y que nadie bailara. Tensión general. Dijo entonces: General Silva, el Libertador bailará con usted. Ordenó a la orquesta que recomenzara la interpretación. Bailaron ellos solos.

Al terminar la pieza musical se subió a una mesa y, palabras más, palabras menos, dijo:

Ningún miembro del Ejército Libertador merece, ni debe soportar la ofensa del desprecio de ninguna ramera por muy mantuana que sea. Por eso, en desagravio, Yo, el Libertador, he bailado con el General Silva. Se ha terminado la fiesta, ¡váyanse todos al carajo!

La burguesía bogotana todavía, doscientos años después, no ha perdonado a Bolívar. La oligarquía descendiente de aquella parece odiarlo cada vez más.

Aunque a muchos de otras latitudes les pudiera parecer extraño, el pueblo lo ama.


¡INDEPENDENCIA Y PATRIA SOCIALISTA! ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
¡CHAVEZ VIVE Y VIVE! ¡LA PATRIA SIGUE Y SIGUE!



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