A George Bernard Shaw,
intelectual irlandés de gran fama a quienes muchos consideran como “cínico”, se
le atribuye la siguiente afirmación: "A
los políticos y a los pañales hay que cambiarlos seguido...y por las mismas
razones." Eso seguramente lo dijo a principios del siglo XX y, esto lo
digo yo, las cosas eran bastante diferentes a lo que son ahora en esta segunda
década del XXI y, por otra parte, siempre había que tomar en cuenta el medio en
el cual Shaw se desenvolvió a lo largo de toda su vida. No olvidemos su origen
irlandés y el tradicional encono que a ese sufrido pueblo le nació por lo que
sufrió y sufre bajo la bestial e inhumana dominación británica.
Para él, el sistema político
imperial ejercido por la pérfida Albión sobre su patria y la caracterización
particular de sus dirigentes políticos tuvo que haber ejercido una notable
influencia en su ánimo, sus percepciones y, lógicamente, sus conclusiones.
La frase señalada refleja, sin
dudas, una conclusión lapidaria sobre una situación en particular pero, a mi
limitada y particular forma de ver la vida, no se ajusta a la mayoría de las
situaciones que se han dado a lo largo de la historia del Siglo XX en muchas
partes de la tierra. Las características propias del Imperio Británico y su
secular forma de dominación y explotación sobre otros pueblos son irrepetibles,
tienen su propio sello y no se pueden comparar de ninguna manera con otros
casos, sea en el campo meramente político, social, económico, cultural, militar,
etc. En resumen, lo que quiero decir es que estaríamos hablando de situaciones
que no tienen parangón con otras que se hayan dado en otros lugares del mundo.
Shaw, por razones lógicas, no
sintió nunca en carne propia los acontecimientos que se suscitaron, y se
continúan suscitando en otras partes fuera de su particular entorno. Ortega y
Gasset siempre habló del hombre y sus
circunstancias, de ahí que resulta elemental afirmar que las propias
circunstancias de Shaw no son extrapolables a experiencias vivenciales
diferentes a la suya propia.
Es obvio que los políticos
tradicionales no han sido iguales en todas partes; sin embargo, aquellos que
pudiéramos llamar “destacados” (por darles algún “calificativo”) pertenecientes
a las potencias dominantes, han sido muy diferentes a los de los países
dominados y explotados. Los primeros han impuesto a los otros su impronta; los
segundos han asumido dos actitudes radicalmente opuestas, la mayoría se les ha
sometido a los primeros mientras que unos pocos, la excepción, se les ha
opuesto.
Quienes se han opuesto a los
designios imperiales de viejo y nuevo cuño han sido las excepciones y la
experiencia histórica indica que a la mayoría de ellos han sido defenestrados,
rápidamente apartados del camino porque estorbaron y entorpecieron el continuo
que se les quiso imponer. Entre estos opositores antiimperialistas, muy pocos
han logrado sobreponerse a las trabas impuestas y sobrevivir aunque sea por
corto tiempo, han sido notables excepciones y, precisamente por eso, han
ingresado a la historia por la puerta grande. Nunca fueron políticos
tradicionales. Dejaron de serlo y fueron líderes de pueblos. No podemos jamás
comparar ni meter en el mismo saco a esos políticos tradicionales rapaces con
quienes han logrado alcanzar el status de líder.
He ahí, a mi particular manera de
razonar, la limitación del alcance de la frase de Shaw.
Por elementales razones, se
circunscribió a sus propias circunstancias y lógicamente no abarcó hechos
históricos que han dejado huella imperecedera en la historia mundial. La Revolución Rusa,
la Revolución Mexicana,
la Revolución China,
la Revolución Cubana,
la Liberación
de Viet Nam, la
Revolución Islámica de Irán. Otras experiencias notables han
sido fugaces, no por falta de esencia sino porque la fuerza bruta las ha
aplastado no más nacer; Egipto, Congo, Chile y recientemente Libia.
Esos líderes que han comandado
esas revoluciones jamás pueden ser desechables como los pañales. Deben
permanecer al frente, por lo menos hasta consolidar las bases fundamentales de
los movimientos populares que, al fin y al cabo, realizan las revoluciones. Las
revoluciones no son ni han sido jamás hechura de un hombre o de un pequeño
grupo sino de los pueblos. ¿Se le puede ocurrir a alguien la peregrina idea de desechar
todo un pueblo?
El fin de las revoluciones rusa y
mexicana llegó pronto porque fueron destruidas desde afuera. Lenín murió muy temprano,
Trotsky fue asesinado y Stalin la desvirtuó; Pancho Villa y Zapata fueron
asesinados y Lázaro Cárdenas fue destruido en vida. Las revoluciones china,
vietnamita, cubana e iraní han perdurado, por lo menos hasta ahora, porque Mao
Tze Dong, Ho Chi Min y Nguyen Von Giap vivieron lo suficiente para consolidarlas,
Fidel Castro ha logrado neutralizar los de más de seiscientos atentados
intentados por la CIA
para matarlo y los Ayatolas persas, Jomeini y Jamenei han sido fuertes lazos de
unión espiritual.
Para concluir, un politicastro o
politiquero de los llamados tradicionales sí es y debe ser desechable como los
pañales que certeramente George Bernard Shaw acertadamente señaló. Un líder no
es ni puede serlo porque no se trata de él sino del pueblo que encarna. Y los
pueblos no son ni pueden ser jamás desechables. ¿Cómo?
PATRIA SOCIALISTA Y VICTORIA -
¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
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