martes, 18 de octubre de 2011

La Constitución Venezolana


Creo necesario comenzar aclarando que no soy jurista y en materia de Derecho Constitucional soy algo menos que un lego; por lo tanto, intento hablar de ese texto legal desde un punto de vista humano y muy personal, tal como lo veo y no estoy lanzando guantes para polemizar con nadie.

Hace mucho tiempo presencié un Suiza, el país paradigma en materia de referenda, una situación que a mí me extrañó mucho por lo inédita que me era. En un pequeño pueblo medieval había una controversia sobre sí cambiar o no el nombre de una calle, que concluyó en un referéndum entre los vecinos para tomar una decisión por mayoría popular. Por supuesto que me llamó poderosamente la atención que, un asunto que consideré casi baladí, se dirimiera en las urnas. Debo confesar que, meditando posteriormente sobre el caso, llegué a una dolorosa conclusión:

Moriría sin que en mi país se me tomara en cuenta para consultarme si cambiar o no el nombre de una calle ni para nada.

He resaltado a propósito el párrafo anterior porque algo de lo que escribiré más adelante girará alrededor del mismo.

Para esa época ya había perdido la fe y me había vuelto un iconoclasta excesivamente escéptico sobre la actuación, y sobre todo, los próximos logros de los tradicionales partidos políticos venezolanos que desgobernaban durante la llamada IV República como resultado del muy nefasto Pacto de Punto Fijo, mediante el cual se unió la derecha con la extrema derecha, persiguieron, asesinaron, torturaron y desaparecieron a quienes osaron enfrentarlos y entregaron el país en bandeja de oro a los intereses imperiales y se sometieron incondicionalmente a sus mandatos.

La Constitución vigente para la fecha entró en vigor en 1961, la escribieron en un bufete de abogados y los partidos gobernantes, entre gallos y media noche, la aprobaron; con la salvedad que, al día siguiente, el presidente en ejercicio haciendo usos de sus facultades suspendió casi todas las garantías constitucionales. Inútil decir que comenzó el reinado del terror, la tristemente célebre escuela de las américas (minúsculas a propósito en señal de asco y desprecio) preparó diligentemente los secuaces necesarios y se ensayaron por primera vez en Nuestra América los procedimientos que luego se pusieron en práctica en los países del Cono Sur. La gran diferencia entre esas dictaduras y nuestro gobierno fue que al venezolano se le presentaba con difusión de fanfarrias como la democracia modelo.

El pueblo venezolano, espontáneamente sin guía ni dirección alguna, se reveló en 1989 contra el mandato neoliberal del fondo monetario internacional (idem re minúsculas) a tan solo pocos días de haber tomado posesión un nuevo presidente. Hubo muertos a montón que hasta hoy no se sabe con certeza cuantos fueron, la represión fue asquerosa y brutal y los daños materiales incuantificables. No fue que al pueblo se le desató la rabia en cuestión de horas. No. Eso se venía incubando desde la década de los 50, y antes, y simplemente la presión social se elevó a tal punto que estalló. De momento, la feroz embestida de los esbirros gobierneros aquietó aparentemente al pueblo; pero no, no fue así porque vinieron las rebeliones de febrero y noviembre de 1992 y toda una efervescencia política y social de paso alimentada por la desastrosa situación económica, todo lo cual desembocó en un movimiento aluvional que trajo al Comandante Hugo Chávez a la Presidencia de Venezuela contra todo pronóstico, después de una campaña electoral degradante por las descalificaciones, insultos y basura lanzada sobre el candidato.

El candidato Chávez había prometido convocar al pueblo a referéndum para consultarle si quería la refundación de la República, con la consecuente convocatoria, en caso que así lo decidiera, a una Asamblea Nacional constituyente que redactaría una NUEVA CONSTITUCION. Confieso públicamente que no lo creí. Era tal mi escepticismo en materia política después de tantos años negativos que no creía en NADIE.

El Presidente Chávez tomó posesión un día 2 de febrero de 1999. No podré olvidar ese día. Después de su juramentación en el viejo congreso, por cierto jurando delante de vetusta constitución de 1961, llegó a Palacio y comenzó con la rutina de dictar su primer decreto nombrando al Gabinete. Inmediatamente firmó su segundo Decreto:

Se convoca al pueblo a un referéndum para que decida si se elegirá o no una Asamblea Nacional Constituyente, la cual en caso que así lo decidiera el pueblo, redactaría una Nueva Constitución para refundar la República.

El resto es historia. Me habían convocado no para opinar sobre el cambio del nombre de una calle, o alguna otra cosa de importancia relativamente secundaria. No. No fue así. Fui convocado para opinar sobre algo verdaderamente trascendental para la vida de mi patria.

¿Cómo creen, amigos, que pude sentirme?


PATRIA SOCIALISTA Y VICTORIA  -  ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!

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