Creo
necesario comenzar aclarando que no soy jurista y en materia de Derecho
Constitucional soy algo menos que un lego; por lo tanto, intento hablar de ese
texto legal desde un punto de vista humano y muy personal, tal como lo veo y no
estoy lanzando guantes para polemizar con nadie.
Hace
mucho tiempo presencié un Suiza, el país paradigma en materia de referenda, una situación que a mí me
extrañó mucho por lo inédita que me era. En un pequeño pueblo medieval había
una controversia sobre sí cambiar o no el nombre de una calle, que concluyó en
un referéndum entre los vecinos para
tomar una decisión por mayoría popular. Por supuesto que me llamó poderosamente
la atención que, un asunto que consideré casi baladí, se dirimiera en las urnas.
Debo confesar que, meditando posteriormente sobre el caso, llegué a una
dolorosa conclusión:
Moriría sin que en mi país se me
tomara en cuenta para consultarme si cambiar o no el nombre de una calle ni
para nada.
He
resaltado a propósito el párrafo anterior porque algo de lo que escribiré más adelante
girará alrededor del mismo.
Para
esa época ya había perdido la fe y me había vuelto un iconoclasta excesivamente
escéptico sobre la actuación, y sobre todo, los próximos logros de los
tradicionales partidos políticos venezolanos que desgobernaban durante la
llamada IV República como resultado del muy nefasto Pacto de Punto Fijo,
mediante el cual se unió la derecha con la extrema derecha, persiguieron,
asesinaron, torturaron y desaparecieron a quienes osaron enfrentarlos y
entregaron el país en bandeja de oro a los intereses imperiales y se sometieron
incondicionalmente a sus mandatos.
La
Constitución vigente
para la fecha entró en vigor en 1961, la escribieron en un bufete de abogados y
los partidos gobernantes, entre gallos y media noche, la aprobaron; con la
salvedad que, al día siguiente, el presidente en ejercicio haciendo usos de sus
facultades suspendió casi todas las garantías constitucionales. Inútil decir
que comenzó el reinado del terror, la tristemente célebre escuela de las
américas (minúsculas a propósito en señal de asco y desprecio) preparó
diligentemente los secuaces necesarios y se ensayaron por primera vez en
Nuestra América los procedimientos que luego se pusieron en práctica en los países
del Cono Sur. La gran diferencia entre esas dictaduras y nuestro gobierno fue
que al venezolano se le presentaba con difusión de fanfarrias como la
democracia modelo.
El
pueblo venezolano, espontáneamente sin guía ni dirección alguna, se reveló en 1989
contra el mandato neoliberal del fondo monetario internacional (idem re
minúsculas) a tan solo pocos días de haber tomado posesión un nuevo presidente.
Hubo muertos a montón que hasta hoy no se sabe con certeza cuantos fueron, la
represión fue asquerosa y brutal y los daños materiales incuantificables. No
fue que al pueblo se le desató la rabia en cuestión de horas. No. Eso se venía
incubando desde la década de los 50, y antes, y simplemente la presión social
se elevó a tal punto que estalló. De momento, la feroz embestida de los
esbirros gobierneros aquietó aparentemente al pueblo; pero no, no fue así
porque vinieron las rebeliones de febrero y noviembre de 1992 y toda una
efervescencia política y social de paso alimentada por la desastrosa situación
económica, todo lo cual desembocó en un movimiento aluvional que trajo al
Comandante Hugo Chávez a la
Presidencia de Venezuela contra todo pronóstico, después de
una campaña electoral degradante por las descalificaciones, insultos y basura
lanzada sobre el candidato.
El
candidato Chávez había prometido convocar al pueblo a referéndum para
consultarle si quería la refundación de la República, con la consecuente convocatoria, en
caso que así lo decidiera, a una Asamblea Nacional constituyente que redactaría
una NUEVA CONSTITUCION. Confieso públicamente que no lo creí. Era tal mi
escepticismo en materia política después de tantos años negativos que no creía
en NADIE.
El
Presidente Chávez tomó posesión un día 2 de febrero de 1999. No podré olvidar
ese día. Después de su juramentación en el viejo congreso, por cierto jurando
delante de vetusta constitución de 1961, llegó a Palacio y comenzó con la
rutina de dictar su primer decreto nombrando al Gabinete. Inmediatamente firmó
su segundo Decreto:
Se convoca al pueblo a un referéndum
para que decida si se elegirá o no una Asamblea Nacional Constituyente, la cual
en caso que así lo decidiera el pueblo, redactaría una Nueva Constitución para
refundar la República.
El
resto es historia. Me habían convocado no para opinar sobre el cambio del
nombre de una calle, o alguna otra cosa de importancia relativamente
secundaria. No. No fue así. Fui convocado para opinar sobre algo verdaderamente
trascendental para la vida de mi patria.
¿Cómo
creen, amigos, que pude sentirme?
PATRIA
SOCIALISTA Y VICTORIA - ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
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