A veces tiendo a desanimarme pero
me entusiasmo de nuevo y para darme ánimos me digo a mí mismo que estoy
luchando contra un patrón cultural firmemente establecido, muy difícil de
romper o modificar. ¿Contra qué lucho específicamente? Pues, sinceramente, yo
mismo no le sé. ¿Egoísmo? ¿Molicie? ¿Incredulidad? ¿Abulia? ¿Individualismo?
¿Por qué no se dan cuenta que al
beneficiar colectivamente a la comunidad donde viven, también se benefician
ellos en lo personal, grupal o familiar?
¿Qué los mueve; o, mejor dicho,
que los detiene?
Confieso también que he buscado
por diferentes vías obtener una respuesta y me asombro de una paradoja que no
sé como interpretar y, naturalmente, resolver. Esa paradoja consiste en que
muchos parecieran negarse en vista de que consideran que los otros vecinos no
cooperan y eso parece frenarles su deseo de cooperar. No hacen la pregunta,
pero casi automáticamente la supongo:
¿Por qué debo yo hacer algo con
lo cual beneficiaré a otro que no hace nada por beneficiarme a mí? Le agrego,
ni siquiera por beneficiarse él mismo o ella misma.
La idea del beneficio directo
propio parece predominar siempre y cuando no beneficie a más nadie. Por el
contrario, soy de la idea que, si para beneficiarme yo debo ayudar a que otros
también se beneficien, y es la única forma para yo lo logre; entonces, que
muchos tengan también lo que yo tendré. La alegría, la felicidad, el bienestar,
la mejor vida y muchas otras cosas más se disfrutan a plenitud cuando los
vecinos también lo disfrutan. Eso elimina la posibilidad de que exista envidia
y por ende maledicencia. Entendamos de alguna manera, es mejor ser felices
todos juntos.
Soy ferviente repetidor de la una
frase feliz expresada por el gran mexicano Don Mario Moreno, mejor conocido
como Cantinflas quien afirmó que “el
primer deber de un ser humano es ser feliz; el segundo, hacer felices a los
demás”.
Oigamos a Cantinflas, hagamos
felices a los demás y deslastrémonos de ese inveterado pensamiento egoísta que
le he oído a unos cuantos, que se jodan
los demás aunque me joda yo también. Eso es exactamente solidaridad al
revés, sí estamos dispuestos a compartir la desgracia porque parece ser que las
desgracias de los demás son las que nos satisfacen. ¿Algo absurdo, verdad?
Parte de ese negativo patrón
cultural es la sempiterna quejadera. La gran mayoría lo hace a cada rato por
los motivos más baladíes y el tema favorito es encontrar defectos y fallas en
los demás para justificar la ausencia de cooperación. Para no abundar ni
redundar en ese aspecto e intentando modificar esos patrones de conducta que
propician la maledicencia, para cerrar les cuento una fábula (gracias al Rev.
Numa Molina) y que cada quien saque sus conclusiones:
ASAMBLEA
EN LA CARPINTERÍA
Hubo
en la carpintería una extraña asamblea; las herramientas se reunieron para
arreglar sus diferencias. El martillo fue el primero en ejercer la presidencia,
pero la asamblea le notificó que debía renunciar. ¡La causa! Hacía demasiado
ruido, y se pasaba el tiempo golpeando.
El
martillo reconoció su culpa, pero pidió que fuera expulsado el tornillo: había
que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
El
tornillo aceptó su retiro, pero a su vez pidió la expulsión de la lija: era muy
áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás.
La
lija estuvo de acuerdo, con la condición de que fuera expulsado el metro, pues
se la pasaba midiendo a los demás, como si él fuera perfecto.
En
eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo, utilizando
alternativamente el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Al final, el
trozo de madera se había convertido en un hermoso mueble.
Cuando
la carpintería quedó sola otra vez, la asamblea reanudó la deliberación. Dijo
el serrucho: “Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el
carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos.
Así que no pensemos ya en nuestra flaquezas, y concentrémonos en nuestras
virtudes”.
La
asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba
solidez, la lija limaba asperezas y el metro era preciso y exacto. Se sintieron
como un equipo capaz de producir hermosos muebles, y sus diferencias pasaron a
segundo plano.
Moraleja
Cuando
el personal de un equipo de trabajo suele buscar defectos en los demás, la
situación se vuelve tensa y negativa. En cambio, al tratar con sinceridad de
percibir los puntos fuertes de los demás, florecen los mejores logros. Es fácil
encontrar defectos –cualquier necio puede hacerlo–, pero encontrar cualidades
es una labor propia de almas nobles, capaces de despertar lo mejor que tienen
los demás.
PATRIA SOCIALISTA Y VICTORIA -
¡CHÁVEZ VIVE! - ¡LA LUCHA SIGUE!
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