jueves, 31 de julio de 2014

La Historia no tan Sagrada - Primera Parte



Antes que algunos lectores me juzguen anticipadamente, como suele suceder, los invito a leer un viejo escrito donde fijo parcialmente mi posición:


La llamada Historia Sagrada con la que atosigaban hasta el aburrimiento más grande a los niños en tiempos pasados, estaba o está llena de cuentos, mitos, fábulas y leyendas, por no decir mentiras inventadas sobre el pueblo judío.

Comencemos por el principio. Lo que se conoce como “historia antigua” lo describe – a las 12 tribus de Israel - como un pequeño grupo nómada, criador de cabras, en un territorio también habitado por muchos otros grupos similares y, el mismo concepto de tribu de aquellos tiempos era como el de “clan familiar”, lo que viene de paso a limitar fuertemente el número de personas que integraban cada clan o tribu. La única diferencia era que ellos, los judíos, constituían el único “pueblo” monoteísta como cosa rara y extraña en contraposición con los demás, que eran todos politeístas a la usanza generalizada. Insisto en lo reducido del número de personas que componían “el pueblo judío” porque en uno de tantos mitos nos cuentan de su cautiverio en Babilonia y en Egipto.

Pregunto: Si eso fue cierto, ¿qué tan numeroso podría ser un grupo de personas para ser sometido y controlado en cautiverio? Porque también intuimos que en esa lejana época, ni los babilonios ni los egipcios eran tampoco muy numerosos y, por lo tanto, no disponían de suficiente gente y recursos para mantener grandes contingentes en cautiverio. Esa, llamémosla información, teníamos que creerla como dogma de fe porque, sencillamente, no existe evidencia histórica comprobable, como tampoco existe con relación a muchos otros episodios.

Esa historia y la biblia nos habla de las guerras entre los judíos y otros grupos, lo cual era el pan de cada día en todas partes. Nos habla también de un período de esplendor durante el cual “construyeron” obras que recuerdan su “civilización”; pero, de eso, lo que hay es un pedazo de muro de un supuesto templo que nadie, salvo ellos mismos, ha pretendido documentar.

Sabemos que durante siglos muchos pueblos guerrearon en todo ese territorio. Invasiones iban y venían y cambiaban los dominios de unos sobre otros. Egipcios, griegos, medos, persas y tantos otros dominaron esos espacios en mayor o menor grado durante períodos que fueron desde fugaces hasta algo prolongados. Para la época del imperio romano, éstos extendieron sus dominios sobre toda la región y es bien sabido que los judíos formaban dos grupos, los que permanecieron en “su” territorio, la llamada Judea (una pequeña parte de la actual Palestina), y los que se regaron a lo largo de las costas norte y sur del Mediterráneo, o sea, el mundo conocido de entonces por “nuestra” mal llamada civilización. Seguimos acotando que como grupos humanos, no eran tan numerosos y apenas constituían pequeñas comunidades aisladas.

Podemos decir que hasta entonces la historia transcurría de manera normal, tal cual había sido conocida y concebida hasta entonces. Pero vino un acontecimiento inusitado que torció la historia del mundo y ese evento influye de manera determinante hasta nuestros días. Nació Joshua Ben Yousef, hijo de un pobre carpintero judío, en una diminuta aldea de Palestina. Pero, ¿qué hizo ese hombre para cambiar la historia del mundo? No fue un guerrero ni conductor de tropas, no escribió un libro, no construyó ninguna obra de arquitectura o ingeniería, no fue un potentado ni ricachón pero, tan solo con su palabra dirigida a los excluídos de la sociedad, proclamó que se cumpliera a cabalidad con los preceptos de esa religión monoteísta y se pusieran en práctica sus mandamientos, entre ellos uno que no se cumple todavía salvo de manera muy excepcional, AMA A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.

Su mensaje estaba dirigido solo a sus correligionarios. Redundando, a quienes practicaban la religión monoteísta de los judíos. Era el tiempo de la dominación del Imperio Romano sobre esos territorios, incluyendo lo que historicamente ha sido Palestina. Pero ocurrió algo perfectamente normal en toda sociedad, unos le creyeron y de alguna manera siguieron y otros no por las razones que sean. Quienes no le creyeron procedieron de manera errónea y, equivocadamente creyendo que matando a un hombre se matan sus ideas, urdieron todos los trucos para justificar matarlo y lo mataron.

Eso creó un cisma religioso. Los judíos que creyeron se hicieron cristianos; quienes no, siguieron siendo judíos. Hasta ahí, aparentemente, todo marchaba normal. Pero los romanos se contagiaron y emprendieron la persecución sangrienta contra los cristianos y, como suele suceder, eso los fortificó.

Pero, volvamos a los judíos. Después de muerto Jesús, como lo llamamos en nuestro tiempo, una facción se sublevó contra el dominio romano y éstos, tal como era la usanza de la época, ahogó la rebelión a sangre y fuego lo que causó la huida de muchos a lugares donde no corrieran mayor peligro. Pues bien, unos cuantos se fueron, otros se quedaron en Palestina. Esa separación entre los que se quedaron y los que se fueron los denominó sabras y sefardíes o ladinos.

El término semita se aplica a un antiquísimo pueblo que, según la Biblia, son los descendientes de Sem, hijo de Noé. Más adelante, de estos semitas surgieron dos ramas, los descendientes de Ismael y los de Jacob (también llamado Israel), ambos hijos de Abraham. De Ismael descenderían los árabes y de Israel los judíos.

Como obra literaria y como poema, esta explicación fabulosa, es desde luego muy bella; pero, historicamente es muy cuestionable aunque hiera muchas susceptibilidades. En resumen, según esa historia fabulada, son semitas ambos, los árabes y los judíos. Y el fenotipo de ambos los confirmaría, gente morena de ojos y cabello oscuro como la inmensa mayoría de los nativos de ese gran espejo humano llamado eufemisticamente el Medio Oriente. Sabras y sefardíes son entonces semitas al igual que los árabes.

En medio de la barahunda de las guerras, judíos, judíos conversos al cristianismo y paganos, de alguna manera convivieron en relativa paz. Los conflictos eran de naturaleza diferente a la religiosa.


¡INDEPENDENCIA Y PATRIA SOCIALISTA! ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
¡CHAVEZ VIVE Y VIVE! ¡LA PATRIA SIGUE Y SIGUE!


(Continuará)

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