lunes, 9 de enero de 2012

¿Qué y cómo hacer?

Hace mucho tiempo oí o leí una historia que se me grabó. Se las cuento para que saquen sus propias conclusiones:

Había un hombre que decidió cambiar al mundo. Transcurrió cierto tiempo y viendo que no lograba nada optó por reducir sus aspiraciones y entonces se dijo: no puedo cambiar al mundo, haré algo más pequeño, cambiaré mi país.

Tampoco pudo y las redujo aún más: cambiaré mi ciudad. Al no poder, optó por cambiar su barrio; posteriormente su calle, más tarde su cuadra, su casa.

El tiempo pasaba inexorablemente y habiendo fallado todo, decidió cambiar su familia. Desde que comenzó habían pasado varios años y miles de infructuosos intentos y, finalmente, cuando ya era viejo, tomó una decisión heroica:

ME CAMBIARÉ A MÍ MISMO.

No se pregunten adonde pretendo llegar. Se los digo ya.

Se trata de la moraleja del cuento. Para cambiar cualquier cosa es absolutamente necesario e imprescindible empezar cambiándonos a nosotros mismos. Esta es mi respuesta a todos aquellos amigos de otras latitudes que me han preguntado, creyéndome un augur, como hacer la revolución.

Una revolución no se decreta. Imposible inventarla. Es un proceso lento y largo que se va incubando. Posiblemente empieza por un individuo como el de la historia, luego un grupo pequeño que puede ir creciendo hasta que llega a tener la “masa crítica”. Solo cuando alcanza esa masa crítica se comienza a impulsar la revolución. El gran salto hacia su inicio es cuando se crea una nueva masa crítica mayor conformada por grandes segmentos de pueblo. Y solo un pueblo convencido y dispuesto a darlo todo puede hacer una revolución.

Pero no basta el deseo aunque sea el predominante de todo un pueblo. Son necesarios otros ingredientes. El primero es el amor. La revolución para ser genuina debe ser espíritu de sacrificio por los demás, incluyendo el dar la vida desinteresadamente. La verdad debe ser forma de vida y no se pueden hacer cálculos basados en el engaño ni en suposiciones interesadas, por lo que la manipulación y la tergiversación están totalmente excluidas a priori. Todos los valores humanos son necesarios y tienen que estar incluidos, la generosidad, la solidaridad, el desprendimiento y todos los demás. Por razonamiento en contrario, están absolutamente excluidos los cálculos egoístas o interesados. De una revolución no es posible obtener nada excepto la parte proporcional de todo aquello que gana el pueblo en general y he ahí uno de los grandes retos que se debe afrontar cotidianamente, desenmascarar a los pseudos revolucionarios coleados e  infiltrados que intentan aprovecharse y sacar alguna ventaja material; al igual que a los quinta columnistas que intentan frenarla o destruirla desde dentro, generalmente obedeciendo órdenes de sus antiguos amos.

Ninguna revolución nace absolutamente pura. Nace viciada con toda la podredumbre heredada del anterior estado de cosas que se intenta destruir y reemplazar. No se pasa de un estadio a otro en un día ni tampoco en un período corto. Una revolución nace viviendo un período de transición, largo o corto dependiendo de muchos factores. Antonio Gramsci define ese período como aquel en que algo que debe morir no termina de morir, mientras otro que puja por nacer no termina de nacer.

Amigos de otros países con deseos de tener una revolución en marcha, empiecen pues a cambiar ustedes mismos; háganlo cuanto antes sin esperar resultados inmediatos y ojalá logren tener muy pronto esa masa crítica que la inicie. Una vez iniciado, comienza una lucha diaria, se reciben ataques por todos los flancos y hay que resistirlos mientras simultáneamente se está haciendo una lenta labor de construcción. Cuando se comienzan a cosechar frutos, estos no son para nadie sino para todos y la repartición tiene que ser de tal forma que, cada quien reciba según sus necesidades mientras cada uno aporta según sus capacidades. Importante: cualquier trinchera, por modesta y humilde que parezca, es buena para la lucha. El deseo de protagonismo es contrarrevolucionario, por tanto, sumamente dañino. La revolución es, por naturaleza, también humildad y eso lo pregonó e impuso el más grande revolucionario de la historia, Jesús de Nazareth.

No se imaginen que sea un camino fácil. No lo es. La única revolución que conozco es la Bolivariana porque la he vivido completica. Tomó forma inicial cuando la masa crítica había sido ya creada a lo largo de una tormentosa historia de sufrimiento del pueblo que llegó a anhelar “algo”, y cuando ese “algo” llegó se plegó casi en masa. Al comienzo, es mi opinión, fue un movimiento que llamo aluvional. Lo comparo con un río crecido que arrastra de todo con fuerza indescriptible pero, poco a poco, al ir perdiendo ímpetu va arrastrando a la orilla, por tanto despojándose de, mucha basura que va dejando atrás.

Al principio había de todo pero se dice que la revolución tiene su propio molino que va volviendo polvo lo que no le conviene, precisamente aquellos que no han cambiado y posiblemente no cambiarán. Sí, así fue. La Revolución Bolivariano no la hicieron marcianos ni extraterrestres. La hicieron los mismos que antes apoyaron el estado de cosas vigente en mayor o menor grado; pero, esos que apoyaron lo viejo y ahora luchan por lo nuevo fueron quienes dieron el paso y decidieron cambiar.


Ahora estamos viviendo la transición. El viejo estado de cosas no ha muerto completamente y se resiste con furia a morir. El nuevo está pujando por nacer pero son tantos los obstáculos que se lo impiden. ¿Cuánto tiempo durará esa situación? Pues, no se sabe ni se sabrá.

El estallido que da inicio a cualquier revolución ocurre cuando “la masa crítica” se convence, tal como lo definió Evo Morales, palabras más, palabras menos, cuando el pueblo ya no duda que no obtiene nada pidiéndolo a los políticos de viejo cuño y decide tomar el poder para resolver los problemas por sí mismos. El poder no es nada fácil de tomar. El gobierno no es el poder, es solo un componente. La toma del poder total es un largo y dificultoso proceso que, si es exitoso, va gradualmente apoderándose de pequeños trozos. Poder tiene quien puede y el pueblo va poco a poco pudiendo más y más. Cuando un analfabeta aprende a leer y escribir adquiere una minúscula parte de poder y esa partecita le permitirá a su vez adquirir más y más pedacitos. Cuando todo un pueblo está libre de analfabetismo se le abren, como dijo Allende minutos antes de su paso a la inmortalidad, las amplias alamedas por donde transita el hombre libre.


PATRIA SOCIALISTA Y VICTORIA  -  ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
 

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