Desde niño estoy oyendo alabanzas
y loas a las inversiones extranjeras. He oído las más disímiles apologías y los
más extravagantes conceptos que no solo las justifican sino que las ensalzan y
elevan umbrales cuasi celestiales. A lo largo del tiempo que oído a tanto
pontificador rasgándose las vestiduras y casi presentando esas opciones como la
única y última posibilidad de salvación para las escuálidas economías
tercermundistas.
También, después de largo tiempo
he llegado al convencimiento que todo cuanto tantos han dicho y dicen no son
más que falacias; o como dicen los españoles, todo eso no es más que un camelo bien hilvanado para justificar
tropelías, abusos, expoliación, ultraje y avasallamiento a los pueblos que caen
en esa diabólica trampa y, cayendo, se dejan robar sus recursos naturales, se
dejan expoliar mansamente y lo único que les queda – Alí Primera dixit – es miseria y sudor de obrero.
Inútil decir que cuando se han llevado todo no dejan nada y, si acaso dejan
algo, es solo basura, destrucción y miseria atroz.
Empecemos por lo elemental. Ellos
no han traído ni traen al país un solo centavo de su propio peculio para esas
llamadas inversiones que impulsarán el desarrollo. Falso. Mentira. Crean
mecanismos muy artificiosos para usar dinero del ahorro nacional para sus
fines. ¿No me creen? ¿Les cuesta trabajo creerme después de haber oído solo
justificativas palabras dulces?
Por allá por los años 60 del
siglo pasado se anunció con fanfarria, bombos y platillos que una transnacional
automotriz instalaría una planta ensambladora en Venezuela; que esas
maravillosas inversiones extranjeras generarían miles de empleos y que, entre
otras cosas, sería el inicio de una pujante industria “nacional” que al cabo de
pocos años produciría en el país, sino todos, por lo menos de la mayoría de
partes y piezas necesarias, etc., etc., etc.
Efectivamente registraron
legalmente una empresa y aportaron en efectivo un poco más de $1.000,00 (Bs.
5.000, 00 al cambio de la época). Enseguida, pidieron un préstamo a un banco
nacional por Bs. 20.000,00 (algo menos de $ 5.000,00). ¿Cómo iba a negar el
banco local ese pequeño préstamo a una transnacional tan poderosa?
Acondicionaron un terreno y la casa matriz les envió un considerable lote de
vehículos que rápidamente vendieron a precios elevados, con el producto de la
venta los pagaron y, con “la ganancia” comenzaron la instalación de la
industria. Una vez iniciada la instalación pidieron otro préstamo a la banca,
esta vez bastante cuantioso y efectivamente montaron la industria. Como se ve,
hicieron todo con dinero local y no debería haber muchas consideraciones sobre
el hecho que así haya sido, lo evidente es que hasta ahora, casi 60 años
después, esa empresa solo ensambla vehículos importados CKD (completely knocked
down = totalmente desarmados). Hasta este punto, la cosa nos es realmente tan mala; pero ahondemos un poco. Arman
los vehículos con un considerable ahorro tomando en cuenta los menores costos
de mano de obra y aunque es cierto que emplean mano de obra local, venden los
vehículos a precios muy por encima del promedio no solo del país de origen sino
de países vecinos. La pregunta obvia: ¿Cuál ha sido el verdadero beneficio que
ha traído al país esa inversión que, como se ve, no ha sido extranjera sino
local?
Lo hecho por esa industria
automotriz ha sido replicado por muchas otras de diferente índole; químicas,
farmacéuticas, manufactureras, etc., etc., pero eso sí, las astronómicas
ganancias se las han llevado todas y, ¿de dónde han salido esas ganancias?
Muchas de esas empresas,
especialmente las mineras, se han ido del país cuando se agotaron las minas
concedidas por el estado para su explotación. Una vez idas, ¿qué ha quedado en
el país? La respuesta es peor que NADA. ¿Por qué peor que nada? Alí Primera,
ese gran cantor del pueblo, lo dijo en una de sus canciones: miseria y sudor de obrero. Han dejado
solo basura, contaminación y destrucción. Cuando niño conocí un cerro hermoso
en Guayana. Era un yacimiento gigantesco de hierro. Se llevaron todo el cerro,
hicieron una enorme tronera y eso, la tronera, fue lo único que dejaron. No
dejaron ni siquiera una pobre casita para una familia, no dejaron una
escuelita, no dejaron un dispensario, no dejaron NADA. Exactamente lo mismo
pasó con aquellas transnacionales petroleras que se llevaron el petróleo
durante casi cien años y pagaron solo miserables centavos pero dejaron miles de
kilómetros cuadrados inservibles por la destrucción y la contaminación
ambiental, además de grandes núcleos de población pululando en la más absoluta
miseria. En la costa oriental del Lago de Maracaibo hay grandes problemas
debidos a la subsidencia, esto es, al hundimiento de la tierra por debajo del
nivel del lago después de haber secado los yacimientos.
No me vengan entonces con el
cuento de la necesidad de atraer las inversiones extranjeras para promover el
desarrollo del país. Ellas solo sirven para causar daños irreversibles porque
hasta ahora, después de tantos años, solo han dejado indelebles huellas de
destrucción y encima se han llevado del país todo el dinero que les ha dado la
gana.
Cualquiera me diría que, por lo
menos, pagaron salarios aunque míseros a la gente que explotaron y que con esos
salarios pírricos la gente comió algún tiempo. Está bien, lo acepto pero ahora,
en años recientes, esos maravillosos, generosos, abnegados mecenas
inversionistas han inventado un fabuloso truco para ni siquiera pagar salarios
de miseria porque no emplean gente para nada. Me refiero a los capitales
especulativos
En la llamada economía real,
alguien invierte en algo, produce algo, genera empleo, paga salarios que no
entraremos a calificar, o lo que es lo mismo, agrega algún valor a la materia
prima utilizada y, según los economistas ayuda aunque sea en ínfima proporción
a incrementar el PIB. Pero en cambio nada de eso ocurre con las llamadas
inversiones especulativas. Es cierto que se invierte dinero (generalmente en
papeles) que rápidamente recupera y no genera absolutamente ninguna riqueza. Es
el egoísmo elevado a su máxima expresión y, contrario a las inversiones en la
llamada economía real, más bien genera pobreza. Si en el primer caso la
ganancia proviene de la plusvalía, en
el segundo no proviene de ninguna parte concreta. Es una simple exacción de
dinero de los bolsillos ajenos.
No me venga nadie con
argumentaciones rebuscadas porque yo no acabo de entender la manera como esa
llamadas inversiones extranjeras ayudan a los países, sean del tipo que sean.
En el primer caso solo explotan las riquezas naturales, pauperizan la fuerza de
trabajo, se van y no dejan nada tangible. En el segundo es peor, solo extraen
dinero de los bolsillos de los nacionales, los empobrecen y dejan resultados
totalmente negativos. Para mí es necesario buscar maneras más imaginativas tal
como se está tratando de implementar en Venezuela donde se le da la bienvenida
a las empresas extranjeras que deseen invertir EN LA ECONOMIA REAL, producir
bienes tangibles pero, eso sí QUE HAGAN TRANSFERENCIA TECNOLÓGICA. Cuando les
llegue el día de irse habrá quedado el conocimiento y los nacionales podrán
continuar produciendo sin el auxilio de nadie. Se está probando, creo, por
primera vez en el mundo y los resultados obtenidos hasta ahora han equilibrado
la ecuación con el resultado que ambas partes ganan y no como antes cuando solo
se beneficiaban los buitres. Veremos pues el resultado obtenido cuando llegue
el día de evaluar resultados.
PATRIA SOCIALISTA Y VICTORIA -¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
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