domingo, 19 de marzo de 2017

¿Lección de historia menuda?


Estoy a punto de convencerme que nosotros, los venezolanos, nos estamos haciendo adictos a la inflación y otros vicios inventados por los manejadores de la economía. Eso sí, no tengo la menor duda que la fulana inflación es un tremendo y jugoso negocio para muchos de esos manejadores que, simplemente, tienen sus trampas bien preparadas para extraer el dinero de los bolsillos de los pendejos que, dicho sea de paso, somos la gran mayoría, sin que opongamos la menor resistencia. Es más, voluntaria o involuntariamente nos hacemos solidarios con quienes nos explotan, exprimen, chupan nuestra sangre y nuestra savia y, algunos, llegan incluso al vergonzoso extremo de admirarlos.

A lo largo de mi vida he conocido cuatro – 4 – períodos muy diferentes en la última historia económica de mi patria. Resumidamente, la primera desde que abrí mis ojos o mi conciencia sin inflación al punto que ni siquiera se pronunciaba esa “desconocida” palabra hasta que apareció para sorpresa ingrata de todos; la segunda cuando se desató y se volvió algo cotidiano o política de estado; la tercera cuando trataron de doblegarla sin mayor éxito, aunque es justo reconocer la medio sometieron o controlaron parcialmente; y la cuarta cuando volvieron exitosamente a la segunda y, además, como malvados asesinos despiadados soltaron otros diablos para sazonarla.

Para quienes no sepan, no recuerden o voluntariamente hagan como el avestruz, las recodaré resumidamente:

Hubo un largo período, medido en tiempo humano, cuando hubo cero o nula inflación. Los precios no variaban y si lo hacían eran solo unos pocos céntimos; es decir, “nada”. ¿Alguien recuerda las lochas y las puyas? ¿¡NO!? La puyas eran aquellas moneditas de cinco – 5 – céntimos y las lochas, más grandes, las de doce y medio – 12½ – céntimos, o sea, la octava parte de UN BOLÍVAR. La palabra locha se derivó del antiguo ochavo de la colonia. La denominación “el ochavo” degeneró a “lochavo” y luego a “locha”. Pues bien, en ciertas oportunidades subieron algunos productos una puya o una locha por kilo, litro o unidad y la gente peleó, se formaron tremendos líos y los hicieron retroceder. Era un escándalo y, saltando al futuro, ahora nos rempujan 200, 500 o 1000% de aumento y ni siquiera nos inmutamos. ¿Insensibles, indolentes o simplemente pendejos? Muchos protestan, se quejan, lloran, patalean; pero, más nada. Y los hay peores, vociferan y chillan más que marrano en motocicleta echándole la culpa al Gobierno, al Presidente, a cualquiera del estamento político oficial, sin darse cuenta que a ningún gobierno ni dirigente político le interesaría, lo más mínimo, que la situación del país fuera así.

Son tan cortos de mente y de visión que todavía, después de tanto tiempo, no se han dado cuenta o no les da la perra gana de darse cuenta que los verdaderos causantes de tan graves malos no es el gobierno. La obsecuencia los induce a negarse obstinadamente a entender que son otros los promotores de la guerra contra el país. Cuando digo el país digo todo el país, incluyendo toda esa fauna rastrera que apoya a los apátridas traidores que dirigen los mafiosos grupos que hacen oposición solo por razones crematísticas, una sarta de delincuentes que no les importa un pito el destino de Venezuela siempre y cuando ellos se embolsillen unos piches, sucios y asquerosos dólares o euros; actitud y actividad sazonada con algo mucho peor: la traición a la Patria.

La traición a la Patria es el más sucio, asqueroso y despreciable de todos los delitos que un ser deshumanizado puede llegar a cometer. Es abiertamente condenado por las leyes naturales, las leyes religiosas y las leyes humanas. La traición va en contra y afecta al individuo, la familia, la comunidad, la nación entera y, por tanto, merece el más ejemplar, pedagógico y aleccionador castigo. En muchos países ese castigo es la irremediable pena de muerte. Nosotros, en Venezuela, humanistas cristianos al fin, contemplamos constitucionalmente que la pena máxima para el peor de los delitos sea de treinta (30) años de presidio.

Traidores a la Patria han existido en todo el mundo y el denominador común de todos ellos ha sido el ansia de riqueza fácil. Débiles individuos tentados por halagüeñas ofertas de dinero y prebendas sucumben y no les importa contribuir a la entrega de su Patria, su país, la tierra que los vio nacer y les dio todo cuanto son. Es un grave pecado contra sus conciudadanos de varias generaciones y causan daños tan terribles que dejan de admitir calificación por las desmesuradas consecuencias que generan.

Desde el punto de vista humano resultan ser los seres más viles y despreciables rechazados por ambos bandos, el suyo y el mismo bando “contratante” que,luego de obtener su beneficio lo desecha rodeado del peor de los desprecios; y todo eso es elementalmente lógico, pensarán que quien traiciona una vez seguirá haciéndolo y, por sana precaución, no dejarán jamás la puerta abierta para que los traicionen a ellos.

Personalmente, estoy horrorizado por la numerosa cantidad de traidores que pública y descaradamente han aparecido en mi país. No los analizaré porque el asco y el repudio que me producen afectan mi salud gástrica, pero si pido a todos quienes manejan las instituciones legales que los sometan a la mayor brevedad. La salud moral de todos así lo exige. Los tumores deben ser erradicados cuanto antes. Las pestes deben ser combatidas y neutralizadas lo más rápido posible. Que la traición a la Patria no se convierta en moda y negocio. La salud moral de la República así lo exige.

Ahora viene a mi mente una frase pronunciada publicamente por un asqueroso y despreciable pigmeo político de la IV República: ¡Muerte a los traidores!

Burla burlando, veinticinco (25) años después, por ironías de la historia, esa frase es aplicable a sus mismos copartidarios y adláteres.


¡INDEPENDENCIA Y PATRIA SOCIALISTA! ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
¡CHAVEZ VIVE Y VIVE! ¡LA PATRIA SIGUE Y SIGUE!





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