Estoy
a punto de convencerme que nosotros, los venezolanos, nos estamos
haciendo adictos a la inflación y otros vicios inventados por los
manejadores de la economía.
Eso sí, no tengo la menor duda que la fulana inflación es un
tremendo y jugoso negocio para muchos de esos manejadores que,
simplemente, tienen sus trampas bien preparadas para extraer el
dinero de los bolsillos de los pendejos que, dicho sea de paso, somos
la gran mayoría, sin que opongamos la menor resistencia. Es más,
voluntaria o involuntariamente nos hacemos solidarios con quienes nos
explotan, exprimen, chupan nuestra sangre y nuestra savia y, algunos,
llegan incluso al vergonzoso extremo de admirarlos.
A
lo largo de mi vida he conocido cuatro – 4 – períodos muy
diferentes en la última historia económica de mi patria.
Resumidamente, la primera desde que abrí mis ojos o mi conciencia
sin inflación al punto que ni siquiera se pronunciaba esa
“desconocida” palabra hasta que apareció para sorpresa ingrata
de todos; la segunda cuando se desató y se volvió algo cotidiano o
política de estado; la tercera cuando trataron de doblegarla sin
mayor éxito, aunque es justo reconocer la medio sometieron o
controlaron parcialmente; y la cuarta cuando volvieron exitosamente a
la segunda y, además, como malvados asesinos despiadados soltaron
otros diablos para sazonarla.
Para
quienes no sepan, no recuerden o voluntariamente hagan como el
avestruz, las recodaré resumidamente:
Hubo
un largo período, medido en tiempo humano, cuando hubo cero o nula
inflación. Los precios no variaban y si lo hacían eran solo unos
pocos céntimos; es decir, “nada”. ¿Alguien recuerda las lochas
y las puyas? ¿¡NO!? La puyas eran aquellas moneditas de cinco – 5
– céntimos y las lochas, más
grandes, las de doce y medio
– 12½ – céntimos, o sea, la octava parte de UN BOLÍVAR. La
palabra locha se derivó del antiguo ochavo
de la colonia. La denominación “el ochavo” degeneró a “lochavo”
y luego a “locha”. Pues bien, en ciertas oportunidades subieron
algunos productos una puya o una locha por kilo, litro o unidad y la
gente peleó, se formaron tremendos líos y los hicieron retroceder.
Era un escándalo y, saltando al futuro, ahora nos rempujan
200, 500 o 1000% de aumento y ni
siquiera nos inmutamos. ¿Insensibles, indolentes o simplemente
pendejos? Muchos protestan,
se quejan, lloran, patalean; pero, más nada. Y los hay peores,
vociferan y chillan más que marrano en motocicleta echándole la
culpa al Gobierno, al Presidente, a cualquiera del estamento político
oficial, sin darse cuenta que a ningún gobierno ni dirigente
político
le interesaría,
lo más mínimo, que la situación del país fuera así.
Son
tan cortos de mente y de visión que todavía, después de tanto
tiempo, no se han dado cuenta o no les da la perra gana de darse
cuenta que los verdaderos causantes de tan graves malos no es el
gobierno. La obsecuencia los induce a negarse obstinadamente a
entender que son otros los promotores de la guerra contra el país.
Cuando digo el país digo todo el país, incluyendo toda esa fauna
rastrera que apoya a los apátridas traidores que dirigen los
mafiosos grupos que hacen oposición solo por razones crematísticas,
una sarta de delincuentes que no les importa un pito el destino de
Venezuela siempre y cuando ellos se embolsillen unos piches, sucios y
asquerosos dólares o euros; actitud
y actividad sazonada con algo mucho peor: la traición a la Patria.
La
traición a la Patria es el más sucio, asqueroso y despreciable de
todos los delitos que un ser deshumanizado puede llegar a cometer. Es
abiertamente condenado por las leyes naturales, las leyes religiosas
y las leyes humanas. La traición va en contra y afecta al individuo,
la familia, la comunidad, la nación entera y, por tanto, merece el
más ejemplar, pedagógico y aleccionador castigo. En muchos países
ese castigo es la irremediable pena de muerte. Nosotros, en
Venezuela, humanistas cristianos al fin, contemplamos
constitucionalmente que la pena máxima para el peor de los delitos
sea de treinta (30) años de presidio.
Traidores
a la Patria han existido en todo el mundo y el denominador común de
todos ellos ha sido el ansia de riqueza fácil. Débiles individuos
tentados por halagüeñas ofertas de dinero y prebendas sucumben y no
les importa contribuir a la entrega de su Patria, su país, la tierra
que los vio nacer y les dio todo cuanto son. Es un grave pecado
contra sus conciudadanos de varias generaciones y causan daños tan
terribles que dejan de admitir calificación por las desmesuradas
consecuencias que generan.
Desde
el punto de vista humano resultan ser los seres más viles y
despreciables rechazados por ambos bandos, el suyo y el mismo bando
“contratante” que,luego de obtener su beneficio lo desecha
rodeado del peor de los desprecios; y todo eso es elementalmente
lógico, pensarán que quien traiciona una vez seguirá haciéndolo
y, por sana
precaución, no dejarán jamás la puerta abierta para que los
traicionen a ellos.
Personalmente,
estoy horrorizado por la numerosa cantidad de traidores que pública
y descaradamente han aparecido en mi país. No los analizaré porque
el asco y el repudio que me producen afectan mi salud gástrica, pero
si pido a todos quienes manejan las instituciones legales que los
sometan a la mayor brevedad. La salud moral de todos así lo exige.
Los tumores deben ser erradicados cuanto antes. Las pestes deben ser
combatidas y neutralizadas lo más rápido posible. Que la traición
a la Patria no se convierta en moda y negocio. La salud moral de la
República así lo exige.
Ahora
viene a mi mente una frase pronunciada publicamente por un asqueroso
y despreciable pigmeo político de la IV República: ¡Muerte a los
traidores!
Burla
burlando, veinticinco (25) años después, por ironías de la
historia, esa frase es aplicable a sus mismos copartidarios y
adláteres.
¡INDEPENDENCIA
Y PATRIA SOCIALISTA! ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
¡CHAVEZ
VIVE Y VIVE! ¡LA PATRIA SIGUE Y SIGUE!
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