En mi anterior escrito me referí al antídoto que desarrollamos en Venezuela para inmunizarnos contra el veneno mediático que nos inyectaban, y tercamente siguen inyectándonos los lacayos del imperio, propios y ajenos.
Para nuestros amigos de otras latitudes que a veces se sorprenden y se preguntan la o las razones por la cuales ese veneno no nos afecta, con agrado les doy algunos datos históricos.
Todo empezó más o menos por allá por la década de los 80 del sigo pasado. En esa época, todavía existían medios creíbles en el país y, por antonomasia, también en el extranjero. No habíamos despertado aún del sueño que nos hacía creer que los medios decían la verdad. Nuestros medios nos vendían la falsa idea que en el país había democracia, la mejor del continente; que estábamos maravillosamente bien encaminados por la senda del progreso. Lo cierto fue que comparamos lo que decían con lo que realmente existía y nos aterró la incongruencia; había restricciones y persecuciones por razones políticas, los problemas y la exclusión sociales se agravaban más cada día, la falta de oportunidades aumentaba, la miseria crecía desmesuradamente y, a la par, la brecha entre ricos y pobres se hacía exponencial. No cuadraba lo que decían con lo que vivíamos.
Como consecuencia directa, los partidos políticos y los gobernantes perdieron credibilidad y los dueños de medios cometieron en garrafal error, y lo continúan cometiendo, de pretender suplantarlos. Hacerse ellos los dueños del poder. Se abrogaron unilateralmente la facultad de dirigir los destinos del país.
Internacionalmente - ¿coincidencia? – se hablaba del Fin de la Historia, se imponía la tesis de Fukiyama, se derrumbó la URRS y el campo socialista, se implantó el mundo unipolar y los gringos vinieron por sus fueros con sus arietes, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a reforzar las cadenas que nos ataban a ellos y aumentar la dosis de exacción. El mundo entero se había sometido a sus designios mansamente. La loa al canto neoliberal se convirtió en himno y letanía seráficos.
Los medios celebraban alborozadamente el nuevo orden mundial. Pero, - ¡oh, sorpresa! – en 1989, exactamente todo comenzó un 27 de febrero, el pueblo venezolano se arrechó, se alzó, se sublevó espontáneamente y reclamó sus derechos conculcados. Al gobierno de turno no se le ocurrió otra solución que masacrarlo y reducirlo a sangre y fuego al punto que todavía no se sabe cuantos muertos hubo, amén de la cuota de heridos y lesionados de por vida.
El bravo pueblo venezolano había sido fiel a sus tradiciones y zaga histórica una vez más. La expresión bravo pueblo, amigos de otras tierras, está contenida en la primera estrofa de nuestro himno nacional: Gloria al bravo pueblo que el yugo lanzó. Ese himno, al igual que La Marsellesa francesa, es de origen popular, canto de pueblo guerrero convertido luego, oficialmente, en himno nacional.
Yo opino que ese fue un tiempo histórico de quiebre y ruptura. Por una parte, el pueblo, aunque aplastado por la fuerza destructiva de las armas de guerra, se quedó despierto y alerta; no creyó más en los políticos y partidos tradicionales, no creyó más en los medios de comunicación, comenzó a creer solo en sí mismo, a depender solo de sí mismo. Los dueños de medios, con la contumacia y arrogancia que les caracteriza, no entendieron la nueva situación y arremetieron contra el pueblo, lo descalificaron, insultaron y despreciaron llamándolo horda, marginales, pata en el suelo, ignorantes, miserables, borrachos, esdentaos, lumpen, criminales y muchos otros calificativos de idéntico tenor.
En resumen, el pueblo no quiso saber más de politiqueros tradicionales y tampoco de medios de comunicación. Eso no lo dicen, pero los grandes periódicos bajaron su circulación a cifras ridículas y hoy en día dependen del financiamiento gringo para sobrevivir. Las estaciones de radio y televisión tuvieron que aliarse y depender de las grandes cadenas transnacionales.
Lo dicho es parte de la razón de ser de la Revolución Bolivariana que no quieren aceptar y no admiten que los haya desplazado. Coincidencialmente, al imperio norteamericano tampoco le agradó perder el dominio total que ejercía sobre quienes gobiernan el país en su nombre y según sus intereses. Se juntaron esos dos demonios, imperio y medios. Quisieron retomar el poder y tampoco pudieron, continúan haciendo de todo para retomarlo y el pueblo siempre se les atraviesa.
En el año 2002 tuvieron un éxito momentáneo. Entre otros ingredientes, los medios prepararon un fenomenal teatro para engañar al pueblo. Con falsos videos y muchas otras falsas informaciones difundieron mentiras asombrosas pero, - ¡oh sorpresa! – el pueblo tampoco les creyó. Al contrario, actuó decididamente y recuperó a su gobierno que los canallas habían tenido el pírrico éxito de quitarle pero tan solo por 47 horas.
Lo escrito es tan solo una minúscula parte de lo que ocurre con la Revolución Bolivariana. Eso es algo que a mucha gente le cuesta entender como generalmente sucede con todas las cosas que son originales. Se salen del contexto del cuadro mental que poseemos. Es natural que así sea porque forma parte de las características psicológicas de los seres humanos. Inclusive, aquí en la mismísima Venezuela muchos venezolanos aún no lo entienden.
Los medios y el imperio insistirán. Nosotros insistiremos con nuestra decisión de construir una patria digna y feliz. Que así sea.
PATRIA SOCIALISTA O MUERTE - ¡VENCEREMOS!
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