No
soy psicólogo ni tampoco me ha interesado jamás entrar por los
vericuetos académicos que estudian el comportamiento humano; así
que, los puristas exigentes no hagan caso a mis locuras, a lo que
escribiré a continuación.
Voy
a hablar del comportamiento de los opositores venezolanos,
cariñosamente llamados también escuálidos, escuas para abreviar,
protozoarios y un sin fin de otros cariñosos apelativos que ellos
toman exactamente al contrario porque, como les encanta insultar a
quienes no actúan, sienten y opinan como ellos y cada ladrón juzga
por su condición....., y no digo más. Observarán si han sido
sagaces que no he dicho “pensar como ellos” por la simple razón
que he llegado al convencimiento que eso, pensar, es algo que no
hacen jamás y solo siguen los mandatos e instrucciones elementales
que les han incrustado en el disco duro.
Expĺico:
vivo en un pueblito tranquilo, bucólico, sin ruidos, donde disfruto
de paz paradisíaca y esa es la razón por la cual huí de las
ciudades; hice como dice Fray Luís de León, Que descansada vida/
la del que huye del mundanal ruido/ y sigue la
escondida senda/ de los pocos sabios que en el mundo han sido.
Ah, pero esa paz casi perfecta se interrumpe momentaneamente durante
los días de asueto, carnaval, semana santa, navidad o cualquier otro
fin de semana largo. En ese pueblito hay muchas casas que permanecen
vacías casi todo el año porque pertenecen a gente con ciertos
recursos para disponer de una casa para pasar ratos “vacacionales”
y, ojo, entrecomillo la palabra “vacacionales” porque cuando
vienen no precisamente pasan vacaciones sino que joden la vida de
todo el vecindario. Y perdonen la palabreja “joden” porque no hay
otra más adecuada para el caso.
Mis
bien amados vecinos, efectivamente, vinieron. Ocho o diez carros
llenos de gamberros y gamberras, cada uno más vulgar, soez,
chabacano y ordinario que el otro. Bebieron aguardiente hasta
reventar y tengo la sospecha que que la droga debió asomarse por
ahí. Un ruido estridente a
altos decibeles de una cosa que llaman música pero que es eso, ruido
ensordecedor y neurotizante. Gritones como ellos(as) solos(as) pero,
al fin y al cabo, a los jóvenes se le puede perdonar gritar un poco;
pero, en este caso, no son solo gritos, es el lenguaje vulgar, soez,
chabacano, propio de burdel de arrabal, que no es “bocabulario”
sino más bien “culobulario”. De cada diez palabras gritadas, no
pronunciadas, veinte eran groserías de la peor calaña. Toda
la noche para impedir dormir.
Como
dato anecdótico, pusieron varias veces a todo estruendo uno de esos
discos que imitan el sonido de cacerolas a los cuales los escuas son
tan aficionados, porque la flojera y la vagancia les impide
golpearlas ellos mismos y recurren a discos.
Inútil
decir que el reguero de basura que dejaron fue apoteósico.
Durante
esos días analicé ese desquiciante comportamiento que no es propio
de gente “normal” y llegué al convencimiento que simplemente no
son gente, son unos androides, unos bichos con pinta y apariencia de
humanos; pero, humanos propiamente dichos, no son.
Me
he preguntado muchas veces cual puede ser el origen de ese tipo de
comportamiento que de social no tiene nada, pues está espantosamente
alejado de todo civismo, urbanismo, respeto, cortesía, consideración
y otros adjetivos que a muchos nos enseñaron nuestros progenitores
desde que empezamos a recibir lo que suele llamarse educación. Y me
he atrevido a lanzar una verdad de Perogrullo, quien nada
sabe nada puede enseñar. Eso
quiere decir que los padres de esas cosas – perdonen, no los puedo
llamar gente – olvidaron todo si acaso aprendieron algo y no
pudieron transmitir nada a sus hijos.
Por
otra parte, supongo que a una escuela fueron; entonces, ¿de qué
sirvieron los(as) maestros(as)?
La
calle, por supuesto, solo enseña lo malo a punta de ejemplos que es
la manera más pedagógica de enseñar y crear modelos a seguir.
Dolorosamente
he llegado al convencimiento
de que la gran mayoría de los escuas son así aunque se las quieran
echar y dragoneen de refinados, cultos, sabios y que sé yo. No dudo
que muchos de ellos sean inclusive universitarios, lo que me hace
recordar las palabras del sabio Gabaldón cuando afirmó que hasta
los autobuses pasan por la universidad.
También recuerdo un súper cretino que me echaba en cara una vez que
él era egresado de Stanford y poseía un título superior. Por
supuesto, me limité a dar
media vuelta y alejarme. Entonces no mereció ningún comentario,
ahora tampoco.
Si
acaso no eran antes así, ¿qué los hizo cambiar? Pienso que es en
parte moda. Siguen ejemplos indecentes de otros escuas y lo deben
tomar como norma para distinguirse. Ahora resulta que nosotros los
marginales, ignorantes,
brutos, ordinarios, monos,
orilleros, lumpen, patenensuelo, tierrúos,
esdentaos, sucios y cien
epítetos más tenemos entre nosotros, y frente a ellos también, un
comportamiento humano signado por el sentimiento más grande que
pueda hacer gala un ser humano: EL AMOR.
Gracias
Chávez por habernos puesto así. Gracias Chávez por habernos
cambiado para nuestro propio bien, de la sociedad, del país y del
mundo.
¿Y
los escuas qué? Esperamos que un día, lejano tal vez, recapaciten y
decidan seguir nuestro ejemplo.
¡INDEPENDENCIA
Y PATRIA SOCIALISTA! ¡VIVIREMOS Y VENCEREMOS!
¡CHÁVEZ
VIVE Y VIVE! ¡LA LUCHA SIGUE Y SIGUE!
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